La hormiguita viajera

Pasé el molinete y todo se aceleró como si hubieran dejado la cámara rápida del vídeo corriendo. En segundos escuché gritos de un andén a otro, gente chocándose entre sí y siguiendo su camino robóticamente, sentí olores de cloaca y esperé en estaciones repletas de gente donde siempre tengo la sensación de que alguien me va a empujar a las vías solo por el placer de ver un ser electrocutándose en esta jungla subterránea.
Cuando me tomé el primer subte sentí un alivio instantáneo. El aire acondicionado estaba funcionando al máximo y nos permitió a los pasajeros olvidarnos, al menos por unos minutos, del infierno húmedo que nos esperaba en la superficie. Estaba mirando fijo hacia la oscuridad del túnel en movimiento cuando te sentí. Un pequeño cosquilleo en el antebrazo como una caricia diminuta un pelito de brazo a la vez. Volteé la mirada a mi mano y te vi recorrer mis dedos como si fueran montañas. Me quedé completamente hipnotizado con tu cuerpecito negro, antenitas y esa colita de avispa con las que tus compañeras, en manada, se defienden del enemigo. Intenté prestarle atención a otra cosa, las caras de esas personas concentradas en sus celulares o los anuncios de los vendedores ambulantes que pasaban anunciando sus productos a los gritos pero no pude. Me saltó la ficha y en un momento de lucidez visualicé todo lo que tenía que hacer. Ya te veía reencontradas con tus compañeras ­(si ya sé que serían otras pero estoy seguro que tienen una forma de comunicación universal como celulares o radios de hormiga porque esas antenitas transmiten frecuencias, fija) en el Parque Chacabuco toda trabajadora y feliz. No podía dejar que te pasara nada. Tenías que ser la hormiguita viajera de los cuentos de niños y mi tarea era llevarte ahí, tal vez hasta revolucionabas las formas de producción hormiguisticas, yo que sé. 
Pero había un problema, la puta madre, había un grave problema ¿Justo hoy se me ocurría cruzarme toda la ciudad en subte? Tres combinaciones tenía que hacer, si TRES. Para colmo ya te me estabas escapando por primera vez, caminando horizontalmente por el pasamano arriba de mi cabeza. Con suavidad puse el dedo gordo con la uña como rampa y te traje nuevamente a la seguridad de mi cuerpo. Pasamos la primera combinación sin problema, estabas tan calmadita que en un momento pensé que te habías muerto o dormido pero con un pequeño movimiento volviste a tu actividad de caminar explorando mi brazo. Llegué a la línea H y bajamos corriendo porque el subte nos estaba esperando en el andén. Me quedé mirándote absorto de las otras facetas del mundo exterior hasta que empecé a darme cuenta que la gente me estaba mirando raro ¿O tal vez la estaba paranoiqueando? No pude decidirme así que empecé a observar todas las caras de los pasajeros como detective de novela policial. De vuelta la tensión pesada en el ambiente. La angustia, esas caras tensas, cansadas, resoplando porque darían cualquier cosa por no estar ahí en ese preciso momento.

La hormiguita estaba tranqui. No hubo grandes cambios en su comportamiento y yo, con toda esta movida, casi me termino pasando de estación para combinar con la línea E. Pasé por el último túnel tranquilo, como si ya fuera un experto transportador de hormigas. Nos subimos al vagón y suspiré de alivio, siete estaciones nos separaban del éxito. El paraíso del Parque Chacabuco te esperaba con los brazos abiertos ya me puse a especular sobre el lugar indicado para dejarte y todo. Me di cuenta que ya no podía contener la sonrisa del rostro—Avenida La Plata— ya faltaban tres estaciones. Estaba extasiado. Tuve el impulso de verte para que festejemos juntos pero un escalofrío me corrió por la espalda. Ya lo sabía y no lo quería reconocer, te habías ido guacha.
Juro que lo pienso y lo pienso y no le encuentro significado a nuestro encuentro. Se me vinieron tantas preguntas a la cabeza que, por un momento, perdí todo sentido de ubicación ¿Donde te habrás bajado? ¿Seguís viva? ¿Cuanto tiempo viven las hormigas? ¿Existen otras hormigas en el subterráneo? Me bajé del vagón con una extraña sensación de vacío y la necesidad (casi obsesiva) de escribir sobre nuestra odisea. 

0 comentarios:

Publicar un comentario