Endorfinas

La energía se dispersa con una particular lógica interna. Los cuerpos la acumulan para luego expulsar y contagiar a los que están en el ambiente creando un círculo que se retroalimenta. Ole mueve su cuerpo con habilidad, hace un baile gracioso o un gesto ridículo para que todos nos riamos. Raaj suelta carcajadas de hiena que se expanden en el espacio con el efecto del gas hilarante. La risa adquiere distintas tonalidades: se alarga, deforma sus letras y se repite como un beat que cambia de forma aleatoria. Las gargantas emiten mantras paganos, alguien suelta un aullido que el resto replica en manada, nos ponemos a imitar sonidos animales hasta que alguno se cansa, pone música a todo volumen y la sala de yoga se convierte en pista de baile. 

La música es como un cable que transporta electricidad al organismo. Los cuerpos pierden sus inhibiciones y flotan al compás del sonido interior. El baile es hermoso. Cada uno interpreta la música con la particularidad de una gota que se fusiona en un charco que se expande al recibirla. Nos unimos como células que se rompen y se separan nuevamente. Conectamos con una mirada, con un paso de baile, nos tomamos de las manos, giramos a toda velocidad y nos soltamos disparando los cuerpos en dirección opuesta. Cuando la música se acaba, terminamos desplomados en el piso, con una sonrisa y la mirada vacía en el techo mientras la endorfina recorre el cuerpo sin barreras, libre, como nosotros.  

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