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I
Ciertas imágenes se
proyectaban como diapositivas sobre el campo visual de Matías. Una terminal de
micros, el asfalto en movimiento y las luces dispersas de los autos formaban
parte del paisaje rutero que pasaba por la retina del joven con la mirada
perdida.
La ciudad costera lo
esperaba dormida, una mañana de miércoles a principios de diciembre. La
población se iba despertando preparándose para la temporada de verano donde los
turistas abarrotarían la localidad durante tres meses para luego volver a sus
rutinas. El cielo despejado y un sol gigante lo recibieron en una playa donde
había más perros que personas. Matías emitió un largo suspiro buscando despejar
su mente, dejándose llevar por el sonido del océano combinado con el viento y
el cantar matutino de los pájaros. Desde su separación no había podido
disfrutar de esas cosas simples de la vida que, según su perspectiva, son
aquellas que le dan sentido a la misma. Empezaba un libro y lo abandonaba a las
pocas páginas. No se le cruzaba por la cabeza escribir ni una pequeña oración.
Se había vuelto adicto a escaparse de la realidad a través de la fatídica
combinación de la marihuana y la televisión.
Dejando todo su equipaje en la arena, se tiró a dormir envuelto por los
rayos de sol.
En el hotel le prepararon una diminuta habitación con vista al mar.
Cuando abrió la ventana, sonrió y pensó
por un momento que no todo estaba perdido. Sus fantasmas volvían de forma casi
instantánea. Lo ocurrido durante el fatídico año martillaba su psiquis de la
misma forma, constante y monótona, que un carpintero incrusta un clavo en la
madera. Fue decepcionante descubrir que un cambio de aire no iba a solucionar
por arte de magia los abismos de un corazón golpeado.
El paseo vespertino
por la rambla se acopló a una serie de rutinas que obligaban al profesor a
hacer pasar el tiempo de la manera más efectiva. El contexto electoral hizo
maravillas con el paisaje de la ciudad costera ya que en ese fin de semana se
encontraba solo con los lugareños y pudo encontrar un pequeño oasis dentro de
su oscuridad. Caminando por la orilla, Matías observó
una figura solitaria que proyectaba una pequeña sombra en la arena. Se
destacaba una larga cabellera rubia y el rostro de concentración de una mujer
que, mientras observaba el mar, dibujaba sentada en la arena. La curiosidad del
hombre se acentuó más a medida que se acercaba a la blonda figura que mantenía
sus ojos fijos frente al papel donde retrataba, en contra de todos los
pronósticos, un paisaje exótico y surrealista que poco tenía que ver con el
océano. Una potente descarga eléctrica le generó un impulso que logró superar
todo obstáculo autoimpuesto a la hora de entablar una conversación con una
desconocida y sin pensarlo consiguió hilvanar unas palabras cuando pasó al lado
de la dibujante.
— ¡Qué mal que dibujas el mar! ¿Estás de ácido? — fueron las poco afortunadas
palabras que sonaron a chiste malo e hicieron sonrojar al pibe que hace años
que no chamuyaba.
El rígido cuello de
Natalia se dobló y sacó a la diseñadora gráfica de su profunda concentración
—Discúlpame, cuando me pongo nervioso hago chistes pelotudos— se atajó Matías al ver la cara
de desconcierto de la chica que cada vez le gustaba más.
— ¡Me doy cuenta!
—Fuera de joda me encanta tu dibujo, es muy flashero
¿Sos de por acá?
—De Mar del Plata, vengo para estos lados cuando
quiero estar tranquila— por
primera vez la dibujante sacó la vista de su obra para mirar al joven y agregó
con desdén— sin
distracciones.
—No andas con vueltas ¿verdad? Me
voy yendo, no hay nada peor que cortar la inspiración de una artista.
Él notó una pequeña
sonrisa en el rostro de la mujer, que le dibujaba unas diminutas arrugas en la
comisura sus ojos turquesa. No hizo más que extender su mano en forma de saludo
antes de darse vuelta para continuar la caminata sin mirar atrás. No se dio
cuenta como, tras su partida, la dibujante se quedó mirando al hombre partir
sorprendida del abrupto desenlace de la conversación. Ese breve intercambio de
palabras consiguió despertar algo en Matías que hace tiempo que no sentía. No
lo podía explicar con claridad. Podría nombrarlo como un cosquilleo nervioso
producto de la seducción. Un breve instante donde dos personas, aunque sea por
un momento, se conectan y alinean sus realidades generando un momento
trascendental.
La mañana siguiente
decidió no desayunar en el hotel e ir a un barcito con vista al mar. Por
primera vez en mucho tiempo llevo una lapicera y un anotador consigo
presintiendo que, en una de esas, conseguiría escribir
unas líneas para salir de la sequía. La inspiración no fue instantánea pero, en
el momento que estuvo a punto de resignarse, unas pequeñas frases empezaron a
salir del bolígrafo, como el hilito de agua que sale cuando uno abre lentamente
una canilla. Con el transcurrir de los minutos, las páginas se iban llenando de
palabras poco legibles típicas de un escrito borrador. Una fina voz interrumpió
las ideas del escritor aficionado obligándolo a darse vuelta.
—! No quería darte el gusto de ser la única a la que
le cortas la inspiración! Ahora estamos a mano— Comentó la rubia con ojos de mar.
— ¿Esto?
—Dijo Matías señalando el cuadernito— Estoy escribiendo la lista del supermercado.
—Que chamuyito de falsa modestia te mandaste ¿eh?
¡Felicitaciones!
— ¡Gracias! siempre es grato saber que se aprecia
una improvisación oportuna
Matías sonrío
intentando parecer irónico aun sabiendo que le habían ganado de mano. Observó
como la chica dejó caer un pedazo de papel doblado en cuatro partes y desapareció de la escena, devolviéndole la
gentileza de cuando se conocieron en la playa. Al abrir el papel contempló el dibujo del
extraño paisaje del día anterior con un número telefónico escrito en la parte
de atrás.
II
El atardecer de la
costa atlántica no tiene la belleza de su hermano pacífico pero el contexto era
perfecto. Una botella verde separaba al hombre de la mujer sentados en la silla
que tienen los guardavidas en la playa. Ante la enormidad del océano, Natalia
se puso filosófica mientras sostenía el faso.
— ¿Nunca te pusiste a pensar en lo insignificantes
que somos?
—Siempre que me detengo a pensar ese tipo de cosas
llego a la conclusión que los seres humanos somos muy arrogantes. Pensar que el
mundo está dispuesto para nosotros es de un egocentrismo de una especie que
solo puede estar en vías de extinción.
—Yo siempre tuve una teoría muy loca
— ¿Cuál?
—Te
la digo pero no te rías
—Te lo juro por dios— Dijo Matías sabiendo que esas palabras, viniendo de
un ateo incurable, no significaban absolutamente nada.
—Nuestro universo no es más que una disposición de
células y órganos de diferentes tamaños. Tal vez nosotros solo somos la ínfima
parte de un organismo que aporta energía a uno superior. De esta forma nos
reproducimos, nos morimos y nos vamos a extinguir como especie.
—Es muy interesante lo que planteas, yo que vos ya
estaría pidiendo una beca de investigación con semejante hipótesis
Una carcajada simultánea
cortó el hilo de la conversación, como si ambos comprendieran lo raro de esa
conexión mental.
—Entonces solo queda vivir el momento ¿verdad profe? —Concluyó la rubia y ambos se
besaron como si no existiera ninguna otra opción en el universo.
El primer beso en el
cuarto de hotel le puso a Matías la piel de gallina. Todo comenzó a arder
mientras la cama imantaba sus cuerpos. Sus manos se deslizaban con detenimiento
mientras recorría el contorno del cuerpo de la mujer dirigiéndose hacia su
centro. Ella cerró los ojos al sentir esos dedos ajenos entrar lentamente en su
vagina que se humedecía a medida que la escena tomaba temperatura. Le giraba la
cabeza en una mezcla de locura y placer. Con movimientos lentos y fluidos,
acercó su boca a la de él besándolo con fuerza. Le mordió el labio y empezó a
bajar dándole pequeños besos por el torso hasta llegar a su pubis. Matías
sintió como toda la sangre de su cuerpo se concentró en su pene duro como una
roca. Observaba excitado como esa cabellera rubia se acercaba a su miembro
erguido y lo empezaba a besar, con una meticulosa suavidad. Sus labios,
pintados de un rojo furioso, se acercaban y se alejaban hasta el momento
culmine donde Matías logró apartarla de su zona pélvica. Con un movimiento
brusco la dió vuelta hacia el pie de la cama dejándola en cuatro con las nalgas
mirando hacia arriba. Su pija apuntó directamente hacia el espacio donde sus
dos piernas dejaban ver la humedad creciente de su vulva. Natalia sintió una
corriente eléctrica a medida que el miembro de Matías la penetraba aumentando
la intensidad en cada embestida. Los gemidos de Natalia excitaban al hombre
cada vez más generando un círculo vicioso de placer que acabó con ambos
desplomándose sobre las sábanas mojadas.
Después de la
explosión vino el vacío. Ese momento en que no quedan palabras por decir, ni
cosas que hacer. Mientras Natalia dormía, Matías observaba el techo con la
mirada perdida. Los pensamientos se sucedían y los dejaba fluir como esas hojas
que se depositan en el río arrastradas por la corriente. Ella se levantó y, en
cuestión de segundos, tomó consciencia de todo. Supo que levantarse significaba
el principio del fin. Ese colchón (con dotes mágicos) permitía que la fantasía
del encuentro se prolongará un poco más, pero cuando su pie aterrizara sobre el
frío piso, el peso de la realidad caería de forma inevitable.
El silencio lo decía
todo y ambos empezaron a levantar la ropa desparramada por la habitación sin
siquiera mirarse. La típica ceremonia que se da después del sexo casual llegó a
su fin una vez que bajaron a la calle y se despidieron con un tímido beso que
podría considerarse de otro planeta en contraste a los que se habían dado hace
apenas unas horas.
Matías no pudo volver
al hotel y decidió caminar sin rumbo por la noche pensando, una vez más, que no
todo estaba perdido. Natalia acomodó las pocas cosas que tenía en el auto y
partió a su ciudad de origen. Sus hijos la recibirían saltando alegremente y su
marido, con una amplia sonrisa en el rostro, le llevaría la pequeña mochila
hacia la habitación matrimonial.
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